martes, 6 de abril de 2010

C.

Cuando comenzó a llover no se movió de allí.
Podía sentir la lluvia mojando su cara, su pelo.
Podía sentir el viento colándose entre su ropa, congelando hasta el último de sus huesos.
Y más importante aún, podía sentir. Hacía ya mucho tiempo que no sentía nada.
Y permaneció en aquel lugar hasta que su llanto se convirtió en tormenta.
Y se evaporó junto a él sin dejar rastro.

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