lunes, 22 de junio de 2009

Entró en la muchacha como quien entra en la sociedad: extrasiado, solemne, fulgurante y esplendorosamente investido de una ceremonial fantasía del gesto, maravilla perdida de la adolescencia miserable.
Constató, además, un hecho importante en nuestras latitudes: la muchacha no era inexperta, circunstancia que provocó en su mente enfebrecida, transportada, una momentánea confusión. Fue, por un breve instante, como si se hubiese extraviado. No llegó a ser un sentimiento, sino una sensación, un brusco retroceso de la sangre y un vacío en la mente, pero no pasó de ahí y se esfumó enseguida.
Y hasta que no empezó a despuntar el día en la ventana, hasta que la gris claridad que precede al alba no empezó a perfilar los objetos de la habitación, hasta que no cantó la alondra, no pudo él darse cuenta de su increíble, tremendo error. Sólo entonces, tendido junto a la muchacha que dormía, mientras aún soñaba despierto y una vaga sonrisa de felicidad flotaba en sus labios, la claridad del amanecer fue revelando en toda su grotesca desnudez los uniformes de satén negro colgados de la percha, los delantales y la cofias, sólo entonces comprendió la realidad y asumió el desencanto.

Estaba en el cuarto de una criada.


Juan Marsé, Últimas tardes con Teresa (1966)

1 comentario:

Fer dijo...

Sí, la escribí yo, en exámenes a unos les da por estudiar y a mí por intentar escribir poesía B-)